Sylvia Bermann

*SYLVIA BERMANN: ITINERARIOS DE UNA REVOLUCIONARIA

¿Cuál es la historia de tu familia?

Mi padre, Gregorio, era de una familia de judíos rusos, que vino a Argentina a fines del S XIX a Buenos Aires. Esto en principio no los conformó mucho, porque vinieron para Córdoba y luego incluso regresaron a Rusia, para retornar más tarde. Y el único hermano que nace en Argentina es papá, en 1894. Fue dirigente de la primera etapa de la reforma universitaria del `18. Era presidente de la FUBA, antes de que existiera la FUA.

Con motivo de las luchas reformistas, papá vino, tomó contacto con el movimiento, se integró al mismo, junto a Roca, Barros y otros. Se casó con mi madre, criolla, de familia de estancieros de Buenos Aires y en 1921 vinieron a vivir a Córdoba con un ofrecimiento a mi padre para hacer docencia en la universidad de Córdoba. Era psiquiatra, con varios libros, publicaciones, trabajos editados. Fue primero profesor suplente y luego titular de medicina legal. Consejero universitario. Como psiquiatra, tuvo una lucha muy grande contra el establishment más reaccionario de la psiquiatría cordobesa, pero se impuso. Hasta que en el ’30 lo echaron de la Universidad. El “canguro” de la Torre, ministro de educación, lo dejó cesante. Fue un referente de la psiquiatría en Córdoba y el país. Candidato a gobernador de Córdoba por el Partido Socialista y posteriormente más cercano al PC, hasta que rompió. Creó, organizó y condujo una brigada médica argentina que fue a colaborar con los republicanos en la guerra civil española, en el frente de Madrid, hasta fines del ’38.

Mi padre, junto a Ezequiel Martínez Estrada, paciente suyo, estuvieron con Mao en la celebración de los 20 años de la Revolución China, invitados especialmente.

Mi madre era socialista, muy luchadora, una mujer muy capaz, de provincia de Buenos Aires, Leonilda Barrancos.

¿Sylvia, cómo te iniciás en la militancia política?

Yo me crié en una familia donde el compromiso político y social era cotidiano. Donde se hablaba permanentemente de política y se promovían valores socialistas. Nací en Córdoba en 1922. Mis padres se separaron y habiendo ganado el Frente Popular en Chile, mi madre decide irse a trabajar a Chile. Mi carrera de medicina la inicié en Santiago, conviviendo con mi madre.

Ahí me incorporo a la militancia. En el comité central de la FJS en Santiago. Allende era ministro de salud y muy amigo nuestro. Por el ‘43 detienen a mi padre aquí en Córdoba y lo llevan a Devoto y luego a la Sección Especial. Entonces, ante esta circunstancia, yo me planteo qué hacía en Chile con mi padre preso en Argentina. Decido volver, estando en tercer año de medicina. Lo visitaba en la cárcel y le llevaba de comer en unas valijas. Finalmente lo liberan al suceder el terremoto de San Juan.

Volvemos a Córdoba con la intención de retomar mis estudios médicos. Aquí había como rector de la UNC un siquiatra muy reaccionario, Juan S. Morra, un enemigo enconado de mi padre, y no me quiso admitir en la universidad. Entonces me voy a la Universidad de La Plata. Hago tercer año ahí y regreso a completar la carrera a Córdoba. Ahí fui secretaria de la Federación Universitaria de Córdoba, directora de un periódico de la FUC y así.

¿Cómo te incorporás al peronismo?

En realidad, yo me incorporo a Montoneros, en la época en que estaban en alza, antes del ’73. Mi hija, Irene Laura Torrents, también era Montonera. La secuestraron y está desaparecida. (Ndr: Irene era estudiante en Ciencias Exactas de la UBA y fue secuestrada el 13/11/’76, a los 22 años, junto a su hijo Martín de 8 meses, luego recuperado. Permaneció detenida en la ESMA y luego arrojada al río en los vuelos de la muerte).

¿En qué frente militabas?

Yo trabajaba en centros de salud mental, en Buenos Aires. Fui incluso presidenta de la Federación Argentina de Psiquiatras. En la misma época que secuestran a mi hija. No pude volver a mi casa, perdí todo lo que tenía y pude escaparme con mi nieto con un nombre falso, como hijo mío, a través de Foz de Iguazú, hacia Brasil. Ahí en Brasil estaba mi ex marido. Tenía a la vez muchos compañeros exiliados en México que me decían emigrara para allá y eso hice, junto a mi nieto y mi otra hija.

En México me integré al Consejo Superior de Montoneros en el exilio. Habíamos constituido un grupo, incluso disponíamos de una casa pública, un local del MPM en el Distrito Federal. Trabajábamos y militábamos ahí, junto a Miguel Bonasso, Juan Gelman y otra serie de compañeros. Ahí trabajamos mucho, denunciando la dictadura en Argentina. Incluso en un momento yo me decidí volver al país y me lo impidieron, por lo cual estoy aún viva.

Estando en México desarrollamos fuertes disidencias con Firmenich y demás. Las planteamos en Managua, para cuando se decide la aventura de la “contraofensiva”, en una reunión de la conducción donde viajamos a participar y fuimos recibidos con total frialdad por el Pepe y otros. Ahí fijamos claramente nuestra posición, nuestras críticas. Fuimos desautorizados y nos abrimos, rompiendo con Montoneros.

Tuviste también un enfrentamiento con Galimberti en el seno de la conducción Montonera…

Galimba era desastroso, era un hijo de puta. Yo lo denuncié en una reunión del Consejo en México. Pues tenía pruebas que usaba su condición de dirigente de la organización y su poder para seducir jovencitas.

Sylvia, contanos tu experiencia en Nicaragua.

Bueno, nosotros como organización política colaboramos con la Revolución Sandinista. En México habíamos montado un grupo de solidaridad con Nicaragua. Ahí conformamos una brigada sanitaria asistencial, a cargo mío y de Marie Langer (Ndr: Marie Langer, austríaca exiliada del nazismo, fue fundadora de la Asociación Psicoanalítica Argentina e impulsora de un psicoanálisis comprometido con la izquierda), que también estuvo perseguida por la Triple A y se exilió en México. Estuvimos ahí el día del ingreso a Managua, el 19 de julio de 1979. Aterrizamos en un aeropuerto clandestino, cerca de Diriamba, la noche anterior a la toma del poder por el Frente Sandinista. Llegamos ya con todo el equipo para comenzar a trabajar el día siguiente y participamos de la marcha sobre Managua. Luego, estuvimos viajando todos los meses entre México y Nicaragua durante cuatro años.

Los nicaragüenses son muy activos, muy dinámicos, pero muy desorganizados. Así que estuvimos asesorando, organizando el trabajo en hospitales y comunidades de Managua e inmediaciones, con psiquiatras y psicólogos nicaragüenses. Fue muy valioso y reconocido todo un trabajo que hicimos con niños. Construimos un muy buen vínculo.

También, lamentablemente, pudimos observar toda la “contra” y la infiltración norteamericana en la sociedad misma nicaraguënse, desarrollando una reacción contrarrevolucionaria que desencadenó la derrota. Nos impusieron una guerra interna infame, que el mismo sandinismo no tuvo capacidad de neutralizar. Pero el tiempo y la experiencia que vivimos junto a ese pueblo es inolvidable.

Sylvia en los libros

No todo son rosas. Nuestro movimiento es una suerte de confederación político-ideológica donde coexisten como pueden historias personales muy distintas. Y a veces es difícil evitar la colisión. Aquí en México, por ejemplo, hay dos miembros del Consejo Superior que se odian cordialmente: Silvia Berman y Rodolfo Galimberti. Silvia detesta el estilo flamboyante y condotiero del Loco, le siente un tufillo fascistoide que viene de sus años de Tacuara y piensa que en el fondo es un lumpen y un amoral. El Loco, por su parte, la ve como a la clásica psicoanalista judía, más cercana al liberalismo de izquierda que al nacionalismo revolucionario. Hasta ahora sus diferencias habían estado contenidas por la sacrosanta unidad, pero el otra día estallaron a raíz de una denuncia escrita contra Galimberti que le dejaron a Silvia. La denuncia fue formulada por un tipo de la colonia, uno de esos miles de argentinos que marcharon por su cuenta al destierro y que para el Partido son una manga de quebrados. Este “compañero”, según Silvia, “babosa” según el Loco, acusa a Galimberti de haber seducido a una chica de quince años (muy cercana familiarmente al denunciante), regalándole ropa costosa e invitándola a los mejores restaurantes. El tema llega al Consejo Superior y se realiza una reunión donde Silvia Berman pierde de aquí a la China. Puiggrós, Obregón y yo mismo salimos a defender a Galimberti y a conjurar una crisis importante en el seno del Consejo. Cuando todos se retiran, Galimba me lo agradece con su clásico taconeo castrense. Silvia me llama a casa y me dice simplemente:

-Algún día me vas a dar la razón.

Tomado de Miguel Bonasso, Diario de un clandestino,. Planeta, 2000, pg. 306.
El nombre de Sylvia está tipeado tal cual aparece en el libro.

*Entrevista realizada por la Revista Digital «CONTRABANDO» el 30/09/2006

Sylvia Bermann es psiquiatra y sanitarista, graduada en Salud Pública y Salud Mental en la Universidad de Harvard, ex jefa del Servicio de Psicopatología del policlínico Finochieto (Avellaneda, Buenos Aires). Ex Docente de las universidades de Buenos Aires, La Plata, y Autónoma Metropolitana-Xochimilco. Ex Presidente de la Federación Argentina de Psiquiatras. Directora del Instituto «Gregorio Bermann». Integrante del Centro de Estudios Psicosociales de Córdoba, Argentina.

Falleció el domingo 16 de septiembre del 2012, en la ciudad de Córdoba, a los 90 años de edad.