La Carlina

El espíritu Reformista


            La Carlina – Haedo Norte 223

Quizás podamos resumir el espíritu y la virtud reformista evocando a algunos de los integrantes de la ya desaparecida casa de estudiantes «La Carlina». Ubicada en Haedo Norte, casi esquina Av. Colón, hacia el poniente, era una casa construida en 1920 con galería y habitaciones en hilera. Un anagrama en su frente, mostraba que allí en tiempos lejanos vivió una señora muy conocida, dedicada con entusiasmo al servicio de Eros. A mediados del siglo XX era ya una famosa casa de estudiantes, presidida por José «cepillo» Inardi, el más cálido, gentil y humano de los personajes que hicieron historia en Barrio Clínicas.

 

 

Al «cepillo» lo conocí cuando Tomás D’Arcángelo -intelectual, lector incansable y conocedor profundo de todo y de todos- me acompañó en varias jornadas por los vericuetos del barrio allá por 1967, husmeando en la historia de este original conglomerado humano, donde se vivía a fondo y se respiraba el espíritu de la Reforma Universitaria. Don Tomás me dictaba vida y milagros de cada una de las casas, pensiones y demás de Barrio Clínicas, pero su orientación iba dirigida a una meta clara y simple: «La Carlina». Porque sabía que en esa casa estaba la esencialidad, el alma reformista de ese grupo de hombres con don de gente, desinterés y con esa fresca humanidad encarnada en el «cepillo» Inardi. Me contó la historia de la «La Carlina» y de la gente que por allí transitaba; desde Atahualpa Yupanqui en tiempos de fugas y persecutas, de Horacio García, de los hermanos Orgaz, de los Carballo, hasta Alfredo Palacios o Arturo Zanichelli, y de cientos de hombres que a lo largo de los años de bohemia, habían ido a parar a esa casa famosa y plena de alegría. Eso que me contó con su sencillez y franqueza, lo confirmaría personalmente las muchas veces que fui a los asados, reuniones políticas y encuentros de todo tipo buscando completar ese trabajo que se llamó la «Historia del Barrio Clínicas» y que mucho debe a ese grupo humano, porque de grupo humano se trataba. En el estaban el «capitán» Acosta, los hermanos Pompis, Menseguéz, el «chueco» Aparicio, el «pelado» Alonso, Rearte, los hermanos Carballos, y decenas de buenos tipos, profundamente reformistas, rectos y gente de bien. Cultores de un constante sentido del humor, de una seria actitud ante la vida, críticos de todo lo criticable pero hombres vividos, hombres de la democracia y del espíritu. Se respiraba en esa casa un aire de camaradería, del sentido de compartir y de compañerismo más allá de las diferencias, de títulos académicos o currículum de cualquier tipo.

Desde el más humilde y pobre, hasta el más burgués de todos, la igualdad absoluta primaba en esas reuniones, nadie era más que nadie, todos compartían, todos eran amigos y a todos se les endilgaba bromas, tomaduras de pelo o lo que fuera. La Carlina era frecuentada por el «el gordo» Alberto Cognigni quien, tiempo antes de editar la revista «Hortensia», me pidió el primer cuento de humor. También iba el doctor Arturo Illia, tiempo después de su derrocamiento, le pedían que hablara y lo escuchaban con respeto, pero luego no faltaba aquel que decía algún chiste o retrucaba algún concepto. Y ahí estaban o pedían estar profesores de México, algún político uruguayo o chileno o algún conferencista venido a Córdoba a dictar seminarios, o lo que fuera. Y es que «La Carlina» era sin duda, por peso propio, porque ese respeto y nivel se lo había sabido ganar a través de muchos años de lucha, el verdadero «Parlamento Reformista del Barrio Clínicas», territorio libre de América, como alguna vez supe escribir. Lo que se esperaba allí eran las buenas ideas, la gente buena y sana, pero los chantas, los corruptos y los tránsfugas estaban de más; y si llegaban a ir se los expulsaba.

Fue refugio de perseguidos, mano amiga estirada para la fraternidad, abrazo gentil en momentos de dolor o pesadumbre, centro de discusión de todo tipo de cuestiones, políticas esencialmente, sociales en particular. ¡Que ricas y jugosas charlas escuche! ¡Que encuentros distintos de amigos que hacía mucho que no se veían! Los ridículos, los soberbios, los exitosos, los advenedizos estaban ausentes, porque allí estaban los reformistas de siempre, los hombres que le hicieron mucho bien al país, los buenos seres, cálidos y amables que proyectaron la Reforma del 18 como abrazo de fraternidad espiritual a todos los pueblos del mundo. Allí en esa Carlina gentil y obsequiosa comprendí cabalmente lo que significaba y era la Reforma Universitaria.

(Palabras del Lic. Miguel Bravo Tedín)

A partir del año 2004 «Los Amigos de La Carlina» empezaron a tener sus reuniones en el Museo Casa de La Reforma Universitaria