Militante estudiantil. En 1947 fue elegida presidente del centro de estudiantes de la Facultad de Filosofía y Humanidades y así se convirtió en la primera mujer en ocupar ese cargo. En la fórmula, la acompañaba Judith Palmieri como vicepresidenta. Defendían los principios reformistas y crearon un “ateneo filosófico” que desafiaba la enseñanza “escolástica” que prevalecía en la institución. Conoció a su marido en la FUC, cuando él conducía el centro de estudiantes de Ingeniería. “En esa época se enseñaba con orejeras”, recordó Dora, a sus 80 años, en una charla que mantuvo con Alfilo. A continuación, se incluyen algunos pasajes de ese inolvidable encuentro en el Pabellón Residencial.
“Nací el 3 de enero de 1927 en Córdoba capital en la calle Rivadavia 223.
Cursé la primaria en la escuela que primero se llamó Dalmacio Vélez Sarsfield, ubicada en la calle que lleva el mismo nombre, y que en épocas del doctor Amadeo Sabattini se transformó en la Escuela Roque Sáenz Peña. Después seguí el secundario en el Carbó. A continuación hice un mes en el profesorado en Letras y me di cuenta que no era lo que yo buscaba. En esa época tenía inquietudes de toda índole y me orienté hacia la filosofía.
Cuando entré a Filosofía era el año 1945. La Facultad funcionaba con el nombre de Instituto de Humanidades y estaba en la avenida General Paz 120. Era una casa antigua.
Estaba impresionada porque me sentía dentro de la Universidad Nacional de Córdoba y pensaba que ahí iba a encontrar respuesta a muchas de mis inquietudes. Era lo que yo anhelaba”.
Los profesores. El recuerdo de Mondolfo
“En primer año, el curso de introducción a la Filosofía lo daba el profesor Alfredo Fragueiro. Recuerdo la primera clase, estaba absorta escuchando, cuando él dijo lo siguiente: ‘Dejemos en claro que la filosofía comenzó, continuó y continuará en la creencia de Dios. El que no crea en Dios no tiene nada que hacer acá’. Entrar a una Facultad, en la cual yo entendía que primaba la razón, y escuchar eso fue para mí un golpe serio.
Después encontré de todo. Recuerdo que tuve en Ética a Carlos Tagle. Tuve también en Estética o Historia del Arte a Antonio Ahumada. En esa época no se podía conversar mucho con los profesores. No había debate.
El que aceptaba que habláramos, le preguntáramos y opináramos era el profesor Rodolfo Mondolfo. Lo tuve en el último curso. Una persona muy preparada que, como todos los sabios, era sencillo y con quien se podía hablar. Inclusive, a veces nos invitaba a tomar el té a su casa. En la promoción de mi compañera Judith Palmieri, que entró antes que yo a la Facultad, se consiguió que Mondolfo diera una clase aparte de las que tenía que dar, para poder conversar. Era una clase muy linda.
Otro profesor era Francisco Torres, le decíamos ‘Panchito’, que daba Psicología. En Sociología tuvimos al doctor Alfredo Poviña y en Metafísica a Nimio de Anquín, que era una persona muy reaccionaria. Después tuvimos a Abraham Waisman, que daba clases muy abiertas; y el profesor Maldonado Allende en Anatomía y que era bastante cordial”.
El centro de estudiantes: los apuntes y el ateneo filosófico
“Promediando el año 1945, se hablaba de elecciones estudiantiles. Como compañero estaba Adelmo Montenegro y entre varios estudiantes comenzamos a hablar y formamos una lista inspirada en los principios de la Reforma Universitaria. Allí, el ambiente general era escolástico. Había un grupo de estudiantes que formaba algo así como una comisión pero era completamente distinto a lo que nosotros pensábamos que debería ser un centro de estudiantes. Entonces, hubo un llamado a elecciones, nos presentamos y ganamos. Algo increíble. En el programa sosteníamos los principios reformistas. Definimos que íbamos a tener participación en la FUC (Federación Universitaria de Córdoba) y, por supuesto, en la FUA (Federación Universitaria Argentina). Era algo nuevo. Por primera vez se constituía el centro de estudiantes y nosotros, además, propugnábamos la transformación del ‘Instituto’ en ‘Facultad’. Defendíamos el régimen de concurso para los docentes y nos preocupábamos por atender, fundamentalmente, las reivindicaciones de los estudiantes. Por ejemplo, los apuntes de los profesores (se usaba mucho en esa época ir a repetir justo lo que decía el profesor), anteriormente, se hacían en el Instituto. Tengo que aclarar que el primer decano fue el doctor Arturo García Boglino (abogado), después de un tiempo dejó el cargo, y asumió un sacerdote que aparentemente era bastante abierto y liberal. En una oportunidad, ya por el 47, nos llamó para decirnos que la Facultad no podía seguir haciendo los apuntes. Entonces, el centro se hizo cargo. Se trabajó mucho.
Yo había empezado como vocal, después fui secretaria, y en las de elecciones de 1947 resulté electa presidente del centro. Judith Palmieri era la vice. En ese momento, había personas muy formadas que se habían acercado al centro. Entre ellas, estaba Lázaro Luis Loschacoff, que estudiaba filosofía e ingeniería, y que luego fue considerado un gran científico en Holanda. Estuvo también Mirta Arlt que era escritora, hija de Roberto Alrt; Marta Dillone, que era una persona en su momento muy conocida en el ambiente cultural de Córdoba, y Silvia Berman, que no estuvo mucho tiempo porque ya era médica. También estaba Irma Llanelo que era compañera de mi curso y la doctora García Flores, que era muy activa.
Cuando nos hicimos cargo de los apuntes (en eso trabajó muchísimo Judith), pedimos colaboración para poder conseguir el papel y la tinta gratis. Conscientes del bajo nivel de enseñanza, porque todo era muy limitado, se enseñaba ‘con orejeras’, todo era muy escolástico, generamos un ‘ateneo filosófico’ que funcionaba en el Círculo de Periodistas de la calle Obispo Trejo. Nos prestaron el local porque ahí también estaba Adelmo Montenegro. A nosotros nos impulsaba mucho Adelmo, que ya era un periodista conocido del diario Córdoba.
En ese ateneo, habló gente muy preparada, como por ejemplo el profesor Francisco Romero, autor de libros de lógica; el jurista Soler; Francisco de Rosca, un poeta chileno y muchos otros más. El ateneo fue una de las cosas más importantes, porque se daba lugar a gente que pensaba de distintas formas.
Entre la gente que estaba alrededor del centro había mayor amplitud. No nos limitábamos a lo que se decía en la Facultad sino que buscábamos por otros lados. Por ejemplo, se estudiaba Hegel, Kierkegaard, Heidegger, los existencialistas. Creo que en algún momento también se hablaba de la filosofía en Francia, en forma somera. Pero no se hablaba de marxismo, estaba prohibido. El que quería lo buscaba por otro lado. Por ejemplo, se insistía mucho con Kant”.
La FUC
“En 1947 comenzamos a participar en las reuniones de la Federación Universitaria de Córdoba. Las representantes mujeres éramos nosotras por Filosofía, y también en Idiomas y Escribanía había mujeres.
En esa época cometíamos un error que, por lo general, vemos que sigue produciéndose. Éramos todos reformistas, pero se armaban grupos. Los principios y programas de la Federación eran los mismos, pero había como una rivalidad. A veces nos enfrentábamos unos a otros como si fuéramos enemigos, y los enemigos eran otros. En vez de unirnos todos para lograr las cosas, discutíamos a veces hasta en forma violenta. La mayoría eran varones. Nosotras éramos consideradas en un lugar de privilegio.
En la FUC se decidió poner en práctica el mensaje de la Reforma Universitaria y salir de la Facultad para hacer algo afuera. Entonces, comenzamos a trabajar en el barrio Observatorio, que era muy pobre. Las mujeres del barrio habían logrado formar un centro que se llamaba La casa de la mujer y el niño. Ahí se reunían para buscar mejoras para el barrio. La gente de medicina armó un dispensario Entonces, nos preguntaron a los que éramos docentes si queríamos crear un jardín de infantes, porque en ese lugar no había nada. Nos reunimos con otras maestras y dijimos que íbamos a ir un día cada una, porque era ad honorem y todavía estábamos estudiando. Empezamos a ir, pero la gente se fue cansando y quedé todo el año yendo sola. Tuve experiencias hermosas”.
Entre la militancia, el amor
“En la militancia estudiantil hubo momentos muy lindos. Se hacían reuniones en el mismo local de la FUC, que estaba en la calle Sol de Mayo. Eran reuniones musicales en las que bailábamos y todo eso.
En una oportunidad, José Saal, que después fue mi esposo… fue algo gracioso, porque me invita a bailar, yo conozco de música pero no soy bailarina, él era un gran bailarín, ahí conversamos de muchas cosas en relación con el movimiento estudiantil. No fue la primera vez. Ya habíamos mantenido otra conversación en un pic-nic que habíamos hecho en el Centro de Almaceneros. Lo cito porque son notas de cómo nos manejábamos en ese entonces. Significaba mucho para los que íbamos, porque era un medio social y cultural. En la FUC se estimulaban lazos de camaradería con reuniones bailables en el mismo local. Durante el pic-nic, el grupo de chicas nos habíamos ubicado en un rinconcito para conversar entre nosotras. Yo estaba preparando el mate, cuando una de mis compañeras me dijo: ‘Mirá, aquél gordito te está mirando’. De repente, se acerca hasta donde estábamos nosotras y me dice: ‘Me podría prestar el mate’. Le contesté que no. Y él explicó: ‘Es que nunca he visto una persona que cebe tan mal un mate como usted, entonces yo le voy a enseñar’. Me armó el mate y, por supuesto que ni gracias le dije. Esa fue la primera vez que me enteré quién era él. José estudiaba Ingeniería. En esa época, él también era presidente del centro de estudiantes”.
Ellos tenían la fuerza
“Había una reunión muy importante, porque se elegía el delegado de FUC ante la FUA. Como habrá sido de importante políticamente en Córdoba, que apareció la policía en medio de la reunión y se suspendió. Nos detuvieron a todos. Nosotros les decíamos que no teníamos que pedir permiso porque era una reunión en el local del centro y estaba autorizado. Pero a la fuerza la tenían ellos. Nos llevaron a la tercera. Ahí fue cuando nos tomaron las huellas digitales a todos, que éramos muchos.
Después de eso, pasó un tiempo y allanaron mi casa. Y así siguió la cosa. Eso fue en 1948. Cuando fueron a mi casa, no sólo me llevaron a mí y a José Saal –que ya era mi novio en ese entonces-, sino que lo llevaron a mi papá también. Estaban sacando libros -de Alberdi, Sarmiento, entre otros autores-, entonces apareció mi papá con un papel y una birome para anotar el nombre de los libros que se iban a llevar. ‘Para que me los devuelvan’, dijo. Y se lo llevaron también a él.
Era invierno, y a las doce de la noche lo dejaron en libertad a mi papá. Estábamos en el Pasaje Santa Catalina. Las celdas daban al patio. A mí me pusieron en una y a José en otra. Por supuesto que yo estaba asustada. No era para menos. Entonces, el guardia me habló por la rejilla y me dijo: ‘No tenga miedo, su novio está acá cerquita. No le va a pasar nada’. Al día siguiente, todavía recuerdo algo muy lindo que me ocurrió. Nos hicieron salir al patio para tomar un mate cocido. Había presos comunes. Creo que de toda la rueda éramos los únicos que no éramos presos comunes. Cuando nos sirvieron el mate cocido, yo lo probé e hice una cara fea porque era muy amargo. Desde el fondo, un muchachito se acercó y me dio un caramelo para que me lo pusiera en la boca. No me voy a olvidar nunca de ese gesto”.
*Nota publicada por la revistadigital «Alfilo» perteneciente a la Facultad de Filosofia y Humanidades – U.N.C